frustración
podría definirla, hoy y sólo hoy, como la sensación que sufre mi cuerpo y mi mente (a partes iguales) en el momento en que me despierto y tardo unos segundos en asimilar mentalmente que aquello que soñaba y que me devolvía la felicidad no es cierto. no ha pasado. nada de eso existe.
ha sido un despertar de sonrisas fugaces y planes muertos. las primeras porque han durado escasos segundos en desaparecer. los segundos, porque no me ha dado tiempo ni a empezar a plantearme qué o cómo haría determinadas cosas cuando ya me había percatado de que no tendría que hacer ese esfuerzo.
y sí, el motivo es el de siempre. un amor extraño, esquivo y huidizo. un amor no correspondido pero no por eso olvidado. una sensación constante de ausencia que, cuando se ha ido... era un sueño, como la vida de segismundo. me he sentido igual que al despertar del personaje de calderón de la barca.
y ha sido tan frustrante como triste. la diferencia a la hora de elegir el título de este post es que la tristeza ha dado paso rápidamente a la aceptación de lo inevitable y a la resignación; por contra, la frustración ha durado más de lo que debía.
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